jueves, 29 de abril de 2010

Capitulo 1 : La premonicion - parte 1

Todo era un poco desconcertante al principio, pero pronto empezó a aclararse. Un ruido resonó por la casa de madera. El joven, que permanecía de pie, parecía estremecerse cada vez que aquel ruido resonaba desde lo más profundo de la casa. Como movido por una fuerza invisible, aquel adolescente se encaminó hacia una puerta que estaba colocada justamente debajo de la escalera, como si se tratara de una alacena. En su mano derecha portaba una antorcha encendida que alzaba por encima de sus cabellos, lo que realzaba los brillos de sus bucles castaños. Con la mano izquierda agarró el pomo de la puerta y giró lentamente hasta que se oyó un chasquido que señalaba claramente la apertura de la misma. La luz mortecina de la antorcha iluminaba tenuemente las escaleras que descendían hacia el sótano. Desde las profundidades de la tierra surgían los ya mencionados quejidos. Así los nombro, pues es a lo que mas se asimilaban. Un aire frío hizo que se estremeciera el cuerpo del muchacho.
Lentamente adelantó un pie con el que descendió el primer escalón, iluminando las mohosas paredes que parecían manchadas de una especie de sal que se intuía humedad. El descenso fue lento y cada segundo parecía convertirse en una eternidad entre aquel aire gélido, y los guturales ayes que subían cual fuerza que quisiera advertir al que se atreviera a descender por aquellos lugares. Luego de haber bajado un par de peldaños, la puerta tras de sí se cerró violentamente, y casi al momento la antorcha se apagó de una manera casi sobrenatural. Por un momento todo se detuvo, incluso los sonidos parecieron acallarse por un instante, aunque al momento todo siguió como si nada hubiera sucedido. Los aullidos continuaron y un extraño olor almizclado empezó a ascender como si de una nube tangible se tratara. El descenso se hizo mas fluido, ya que los pies del chico se apresuraron al escuchar un quejido distinto a los demás, un quejido mas…humano. Rápidamente pero con cierta precaución bajó el resto de escalones que lo separaban del origen de aquella extraña letanía. Al llegar al último peldaño tropezó y cayó al suelo como un peso muerto, velozmente se medio incorporó y tanteó a ciegas buscando lo que segundos antes había hecho que cayera y se golpeara contra el suelo. De repente algo agarró su muñeca, algo frío le había asido fuertemente el brazo. Por un momento forcejeó para intentar liberarse de la presa con la cual algo o alguien lo mantenía sujeto por la muñeca. Tras este leve forcejeo la presión remitió y la mano fría pero suave que lo había agarrado unos momentos atrás cayó muerta al suelo, lo último que oyó fue un suspiro, como el que debe salir de alguien en sus últimos momentos de vida. Asustado termino de incorporarse y empezó a retroceder intentando buscar la salida de aquella oscura habitación. El olor dulzón era cada vez mas intenso y ahora estaba acompañado de un fuerte aroma agrio y pestilente; los guturales aullidos se habían detenido y ahora lo único que se escuchaba en la mas profunda oscuridad era un ruido húmedo, un ruido que cada vez se acercaba mas y mas, y no sólo de una dirección, sino de todas, como si en esos mismos instantes una masa de seres estuviese rodeándolo, ansiosos por alcanzarlo. Su espalda chocó contra una pared y algo pegajoso cayó sobre su cabellera. Un grito inhumano escapó de entre sus labios, y como si alguien hubiera dado una señal, decenas de cuerpos irreconocibles por la oscuridad, pero fríos y peludos al tacto, se lanzaron sobre el muchacho. Pronto todo se acabó.
Súbitamente, como un resorte, Edward se levantó sobresaltado y salió de su saco de dormir como una exhalación. Estaba justo donde se había quedado la noche anterior: en el campamento que había levantado hacía ya algunas horas. Sin darse cuenta recogió su espada y se encontró blandiéndola en todas direcciones en una clara posición defensiva. Tras tranquilizarse un poco, dejó caer la espada, se frotó la cara y se mojó la cabeza con algo de agua que sacó de su cantimplora. Ya empezaba a amanecer y era hora de reemprender el camino. No podía tardar, ya que tenia que llegar lo antes posible a Álium, el siguiente pueblo. El tiempo apremiaba, ya que se estaba empezando a quedar sin provisiones. Tras estirarse y recoger todo el campamento, miró al horizonte, y extrañado se fijó en algo que la noche anterior no había llamado su atención. Entre algunos árboles se levantaba una cabaña de madera de dos pisos; parecía deshabitada y pensó que sería una buena idea echar un vistazo, por si sus anteriores inquilinos, antes de dejar la casa , hubieran olvidado algo de utilidad; y si no era así, también podía llenar su cantimplora en el pozo que se encontraba en el lateral derecho de la casa. Con la mochila en la espalda y con la espada en su vaina firmemente sujeta al cinturón, se encaminó decididamente a través de los árboles rumbo a la casa abandonada.